Si te importan los trabajadores más pobres, la justicia racial, y el cambio climático, tienes que dejar de comer animales.
Por Jonathan Safran Foer
Jonathan Safran Foer es el autor de “Comer Animales” y “Somos el Tiempo”
21 de mayo, 2020
¿Existe un pánico más primitivo que el que nos provoca la idea de estantes de supermercado vacíos? ¿Hay un mayor alivio que el que nos da la comida reconfortante?
La mayoría ha estado cocinando más estos días, ha documentado más su proceso y resultados y ha pensado más acerca de la comida en general. La combinación de la escasez y la decisión del presidente Trump de mantener los mataderos abiertos pese a las protestas de los trabajadores en riesgo ha inspirado a muchos estadounidenses a considerar qué tan esencial es la carne.
¿Es más esencial que las vidas de los trabajadores pobres que se esmeran en producirla? Al parecer sí. Impactantemente 6 de cada 10 condados que la misma Casa Blanca ha identificado como los epicentros del coronavirus son el hogar de los mismos mataderos que el presidente ordenó mantener funcionando.
En Sioux Falls, S.D, la planta porcina Smithfield, que produce cerca del 5 por ciento del cerdo de Estados Unidos, es uno de los mayores epicentros en el país. Una planta Tyson en Perry, Iowa, tuvo 730 casos de coronavirus — alrededor de un 60% de sus empleados. En otra planta Tyson, en Waterloo, Iowa, se informaron 1.031 casos de un grupo de 2.800 trabajadores.
Trabajadores enfermos significa cierre de plantas, lo que lleva a acumulación de trabajo de faena. Algunos productores de cerdos están inyectando a las cerdas para provocarles abortos. Otros se vieron obligados a eutanasiar a sus animales, por lo general usando gas o bien disparándoles. La situación es tan mala que el Senador Chuck Grassley, Republicano por el estado de Iowa, le pidió al gobierno del presidente Trump que destinara recursos de salud mental para los productores de cerdos.
Pese a la cruda realidad — y los tan conocidos efectos de la producción industrial de animales en el suelo, comunidades, animales y salud humana estadounidenses mucho antes de que esta pandemia comenzara — solo alrededor de la mitad de los estadounidenses dice que está tratando de reducir su consumo de carne. La carne es parte de nuestra cultura es historias personales en maneras que nos importan demasiado, desde el pavo del Día de Acción de Gracias, a los hotdogs del estadio de béisbol. La carne trae olores y sabores únicos y maravillosos, con satisfacciones que casi se sienten como estar en casa. ¿Y qué mas esencial que sentirse en casa?
Y, aun así, cada vez más gente siente la inevitabilidad del cambio inminente.
La agricultura animal ahora se reconoce como la principal causa del calentamiento global. Según The Economist, un 25% de los estadounidenses entre 25 y 34 años se identifica como vegetariano o vegano, lo que quizás es uno de los motivos por el que las ‘carnes’ vegetales han crecido desmesuradamente, podemos encontrar hamburguesas Impossible y Beyond Meat en todos lados, desde Whole Foods a White Castle.
Nuestra mano lleva años acercándose lentamente al picaporte. El Covid-19 echó la puerta abajo a patadas.
Al menos nos ha obligado a mirar. Cuando se trata de un tema tan inconveniente como la carne, es tentador hacer como que la ciencia inequívoca es activismo, encontrar consuelo en las excepciones que jamás podrían escalarse y hablar de nuestro mundo como si todo fuera teórico.
Algunas de las personas más reflexivas que conozco encuentran maneras de no darle ninguna vuelta al problema de la agricultura animal, tal como yo encuentro maneras de evitar pensar acerca del cambio climático, la inequidad salarial, y para qué hablar de las paradojas de mi propia alimentación. Uno de los efectos secundarios inesperados de estos meses de estar encerrados es que cuesta no pensar acerca de las cosas que son esenciales para quienes somos.
No podemos proteger el medio ambiente si seguimos comiendo carne con regularidad. Esta no es una perspectiva refutable, sino, más bien truismo banal. Vengan en la forma de Whoppers o filetes de ganado de pastoreo boutique, las vacas producen cantidades enormes de gases de efecto invernadero. Si las vacas fueran un país, serían el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo.
Según el director del Project Drawdown — una organización sin fines de lucro dedicada a modelar soluciones para abordar el cambio climático — comer una dieta de base vegetal es “el mayor aporte que puede hacer cada persona para revertir el cambio climático”.
Los estadounidenses mayoritariamente aceptan la ciencia del cambio climático. Una mayoría de tanto Republicanos como Demócratas opinan que Estados Unidos debería haberse quedado en el acuerdo climático de Paris. No necesitamos nueva información, ni necesitamos nuevos valores. Solo necesitamos atravesar la puerta que está abierta.
No podemos decir que nos importa el trato humanitario de los animales si seguimos comiendo carne con regularidad. El sistema agrícola en el que nos sostenemos está entretejido de miseria. Los pollos modernos han sido modificados genéticamente a tal punto que sus cuerpos se han convertido en prisiones de dolor incluso si les abrimos las jaulas. Los pavos son criados tan obesos que son incapaces de reproducirse sin inseminación artificial. A las madres vacas se les arrebatan sus terneros antes del destete, lo que provoca una angustia aguda que podemos escuchar en sus lamentos y medir empíricamente en sus niveles de cortisol.
No hay certificación alguna que pueda evitar estos tipos de crueldad. No necesitamos que ningún activista por los derechos animales nos apunte con el dedo. No necesitamos que nos convenzan de nada que ya no sepamos. Necesitamos escucharnos a nosotros mismos.
No podemos protegernos contra pandemias si seguimos comiendo carne con regularidad. Se les ha puesto mucha atención a los mercados de animales silvestres, pero la producción industrializada de animales, específicamente de pollos y aves de corral, son el suelo más fértil para las pandemias. Más aún, la CDC informa que tres de cada cuatro nuevas enfermedades infecciosas emergentes son zoonóticas — el resultado de nuestra relación rota con los animales.
Resulta evidente que queremos estar seguros. Sabemos cómo manteneros seguros. Pero querer y saber no basta.
Estas no son las opiniones mías ni de nadie, pese a la tendencia de publicar esta información en secciones de opinión. Y las respuestas a las reacciones más comunes de cualquier cuestionamiento serio de la agricultura animal no son opiniones.
¿Acaso no necesitamos proteína animal? No.
Podemos vivir vidas más largas y saludables sin ella. La mayoría de los adultos estadounidenses come alrededor del doble de la cantidad recomendada de proteína — incluyendo a los vegetarianos que consumen en promedio 70 por ciento más de lo que necesitan. Las personas que comen dietas altas en proteína animal son más propensas a morir de enfermedades cardiovasculares, diabetes y falla renal. Por supuesto, la carne, al igual que los pasteles pueden ser parte de una dieta saludable. Pero no van a encontrar a un nutricionista serio que les recomiende comer pasteles con regularidad.
¿Si dejamos que el sistema de producción industrial de animales colapse, no van a sufrir los agricultores? No.
Las grandes corporaciones que hablan en su nombre mientras los explotan son las que van a sufrir. Hay menos agricultores estadounidenses hoy que durante la Guerra Civil, pese a que la población estadounidense es casi 11 veces la que era en ese entonces. Esto no es un accidente, es un modelo de negocio. El mayor sueño de los complejos industriales de agricultura animal es que las “granjas” estén completamente automatizadas. La transición a alimentos de origen vegetal y prácticas agrícolas sustentables crearía más empleo del que quitaría.
No me crean a mí, pregúntenle a cualquier agricultor si acaso le gustaría ver que se acabe la producción industrial de animales.
¿No es elitista este movimiento que se aleja de la carne? No.
Un estudio del 2015 encontró que una dieta vegetariana cuesta 750 USD menos al año que una dieta de base animal. La gente de color desproporcionadamente se identifica como vegetariana y desproporcionadamente son víctimas de la brutalidad de la producción industrial. Actualmente, los empleados de los mataderos que se arriesgan a la pandemia para satisfacer nuestra necesidad de carne son principalmente latinos y negros. Sugerir que maneras más baratas, saludables y menos explotadoras de agricultura son elitistas es parte de la propaganda de la industria.
¿Podemos trabajar con las corporaciones de producción industrial de animales para mejorar el sistema alimentario? No.
Bueno, a menos que creamos que quienes se hicieron poderosos por medio de la explotación van a destruir de manera voluntaria los vehículos que les han dado riqueza de tales dimensiones. La producción industrial de animales son a la agricultura real lo que los monopolios criminales son a los emprendedores. Si por un solo año, el gobierno sacara sus más de 38 mil millones de dólares en ayudas y rescates, y haga que las corporaciones de carne y lácteos juegue con las reglas capitalistas normales, las destruiría para siempre. La industria no podría sobrevivir en el libre mercado.
Quizás la carne inspira tanto comodidad e incomodidad, más que cualquier otro alimento. Eso puede dificultarnos actuar en lo que sabemos y queremos. ¿Podemos realmente desplazar la carne del centro de nuestros platos? Esta es la pregunta que nos lleva al umbral de lo imposible. Al otro lado está lo inevitable.
Con el horror de la pandemia empujándonos, y los nuevos cuestionamientos acerca de qué es esencial, ahora podemos ver la puerta que siempre estuvo ahí. Como en un sueño donde nuestras casas tienen habitaciones desconocidas en la vigilia, podemos sentir que hay una mejor manera de comer, una vida más cercana a nuestros valores. Al otro lado no hay nada nuevo, hay algo que nos llama del pasado — un mundo en el que los agricultores no son mitos, los cuerpos torturados no son comida y el planeta no es la cuenta que hay que pagar por la comida.
Una comida tras otra, es hora de cruzar el umbral. Al otro lado está nuestro hogar.
Traducido por Jazmín Silva @lascocinerasmetaleras
Editado por Isadora Pérez
Puedes leer el artículo original aquí con todos sus vínculos a referencias en inglés.